Inteligencia artificial
IA

¿Pánico a la narrativa del chat GPT y de otras IA? ¿Por qué?

¿Es la IA un peligro o una bendición para la civilización? ¿Por qué se está produciendo este revuelo en torno al chat GPT y a otras IA de nueva generación?

Jordi Colobrans Delgado
Responsable de investigación del área “Digital Society Technologies” de la Fundación i2CAT

 A finales de marzo se envió una carta abierta al mundo. Más de mil expertos, entre ellos Elon Musk, pedían frenar el avance de la Inteligencia Artificial (IA) por representar un peligro para la humanidad. ¿Es la IA un peligro o una bendición para la civilización? 

A raíz de la campaña mediática de la OpenIA sobre el chat GPT se ha generado un debate a gran escala sobre las consecuencias de mantener una relación con el mundo mediatizada por máquinas que generan un particular tipo de narrativas, como la del chat GPT. El debate oscila entre el esfuerzo por anticipar el potencial impacto de la IA en la sociedad y la valoración ético-moral de las consecuencias de este impacto. Si a este debate se le suma el imaginario popular sobre las ficciones de la IA, obtenemos un cocktail hecho a base de realidad tecnológica, imaginación social y temores conservadores.

La realidad tecnológica permite saber que las máquinas ni piensan ni, por lo que estamos viendo, necesitan pensar. El chat GPT utiliza las palabras clave que se le proporcionan para generar narrativas a partir de un ingente trabajo de asociación de palabras y frases que explota estadísticamente y modela sintácticamente. Esta nueva generación de chats no necesita repetir lo dicho, simplemente inventar lo más probable y conveniente en un contexto a partir de lo dicho para que parezca convincente a los oídos humanos. Esencialmente, su inteligencia se encamina a parecer listo. Lo sea o no lo sea, debería resultar útil al usuario.

La imaginación social juguetea con los mitos, las emociones y las ficciones tecnológicas. Las industrias culturales se encargan de entretener a la población creando historias en las que aparecen IA sin límites, unas IA que, habitualmente, superan las capacidades humanas. Cuando esto ocurre, se produce o un enfrentamiento entre humanos y máquinas, o bien una simbiosis. El final de la historia acostumbra a ser feliz en favor de los humanos o, por lo menos, dejar esperanzas al espectador.

Finalmente, los temores conservadores son la clave de lo que ocurre. Esto nos lleva a la teoría del rumore. Los rumores no deberían verse como una información distorsionada de la realidad, o como una narración que se limita a ser verdadera o falsa.

Históricamente, la irrupción de tecnologías disruptivas en la sociedad ha generado tres actitudes: entusiasmo (tecnofilia), escepticismo (tecnoescepticismo) o miedo (tecnofobia). La reacción entusiasta tiende a crear una burbuja de expectativas, la reacción tecnofóbica reacciona con miedo y adopta una actitud de rechazo ante lo nuevo, mientras que, el tecnoescepticismo, se ampara en la observación y la espera .

En estos momentos, la excitación provocada por la presencia del chat GPT y otras IA generativas similares es tal que parece que estamos al borde de un gran salto cualitativo en el proceso de desarrollo civilizatorio. Si esto fuera así, por fin, entraríamos en aquella asombrosa sociedad digital de la que Steve Jobs, a finales de los años 80, Macintosh de Apple en mano, decía algo así como: “Esto no es nada. Lo mejor aún está por llegar”. ¿Será esta nueva ola de promesas de la IA la definitiva? No lo sé. En 1984 hizo furor el bestseller de Feigenbaum y MaCorduck: The Five Generation. Artificial intelligence and Japans computer challenge to the world. Hace cuarenta, el ordenador personal aún no era popular, Internet no estaba disponible para todos, y los móviles sólo se habían visto en manos del capitán Kirck de la First Generation de Star Trek.

Ahora, parece que la narrativa del chat GPT ha superado el Test de Turing (hacer creer a un humano que una máquina se comporta como un humano) y, como consecuencia, millones de humanos se sienten amenazados por la posibilidad de que las IA generativas desplacen al homo sapiens en sus funciones personales y profesionales. Esta es la reacción tecnofóbica.

La reacción tecnofóbica aparece a cada nueva tecnología. Por ejemplo, cuando, en Cataluña, el primer tren a vapor recorrió el trayecto de Mataró a Barcelona, los campesinos (pagesos) se opusieron al invento alegando que, con el ruido y la humareda, a sus vacas se les agriaba la leche, y que sus gallinas dejaban de poner huevos. Cien años después, la aparición del televisor, como electrodoméstico popular, tuvo que superar las críticas de que la televisión dañaba el cerebro del espectador persistente. Posteriormente, la introducción del videojuego reabrió el temor a que las nuevas generaciones saldrían maltrechas de su ‘adictiva’ relación con la interacción digital. Al poco de la aparición de los móviles, surgieron los rumores sobre el efecto cancerígeno que sus vibraciones podían tener en el hígado humano. Unos años después, las antenas de 5G se convirtieron en el blanco de este mismo temor. Otros rumores llegarán con el 6G, la Realidad Extendida, las nanotecnologías, el Internet de las Cosas, etc. etc. Estos rumores son los que ahora se expanden con la IA generativa.

Hoy en día, la posibilidad de que las máquinas usen el lenguaje natural como si fueran humanas ha reavivado el miedo a que los seres humanos puedan sucumbir a sus propias creaciones. Es el mito de la máquina maligna. Sin embargo, resulta que, los buenos y los malos, siempre son los humanos. ¿Por qué, pues, temer a las máquinas y no reconocer que nuestras dudas tienen que ver, en última instancia, con la conducta de los humanos y no de las máquinas? ¿Será que no nos fiamos de la IA porque no nos fiamos de nosotros mismos?

La historia de las máquinas inteligentes tiene dos aproximaciones; la de la inteligencia aumentada (la máquina que ayuda a los humanos a ser más inteligentes) y la de la inteligencia artificial (la máquina que substituye el trabajo de los humanos). En ninguno de los dos casos deberíamos temer a la máquina. En el primer caso porque nos ayuda a trabajar. Y, en el segundo, porque nos hace el trabajo.

Por lo tanto, el problema, no es lo que haga o deje de hacer una máquina que emula el comportamiento narrativo de los humanos, sino que, al suceder esto, la sociedad, si quiere aprovechar el potencial de la nueva tecnología digital, tiene que hacerle un hueco. Sin embargo, cuando estas tecnologías son demasiado disruptivas, un simple hueco no es suficiente. Exigen que la sociedad se reorganice alrededor de la nueva tecnología. Esto sucedió con el ordenador, con Internet, con la telefonía móvil, con el buscador de Google y, ahora, con la IA.

A pesar de los pesares, lo más probable es que la IA siga desarrollándose. Si esto es así, los humanos tendremos que inventar nuevas tecnologías sociales y culturales para adaptar el mundo en el que hemos estado viviendo al mundo que estamos construyendo. El temor a la IA tiene algo de real, pero no porque vaya en contra del ser humano o porque le quite el trabajo, sino porque cambia el estado de las cosas y da más trabajo al ser humano. Vivir con el apoyo de la IA implica revisar instituciones sociales y valores culturales muy arraigados en nuestra sociedad. Conlleva rediseñar estructuras sociales como el sistema educativo, el de la salud, el del trabajo, el del ocio y de la cultura, de la seguridad, el económico financiero, etc. Implica un cambio disruptivo en mayúsculas. Esto es lo que realmente asusta, el trabajo que conlleva a la sociedad la adopción de una tecnología que implica su rediseño a gran escala. Es lo que significa pasar de una sociedad de tipo industrial a una sociedad digital.

Si queremos seguir la senda digital, tendremos que rediseñar unas estructuras sociales que se diseñaron durante y para el desarrollo de la sociedad industrial y que, ahora, hay que transformar en otras para que funcionen en una sociedad digital o, directamente, diseñar nuevas estructuras y valores sociales para acompasar el desarrollo tecnológico con el desarrollo social y cultural.


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